Lo
de “Año nuevo, vida nueva” es una
tontería como cualquier otra. Como empezar una dieta un lunes o la ‘operación bikini’
el 1 de abril. Pero para mi mente perfeccionista (para lo que quiere) es un
buen estimulante. Hasta que se jode, y el día 3 duermo hasta la una de la tarde
cuando debería haber madrugado para estudiar, y ya está liada. Ya me siento una
porquería indigna de cualquier atención, y hale, a ver películas toda la tarde
envuelta en una manta y, por supuesto, en pijama.
Pues
este año lo he vuelto a intentar, y he vuelto a fallar, evidentemente, porque
no se trata de hacer todos los días todo lo que te marcas, sino en hacer las
cosas bien. Es decir, que si hoy tengo apuntado “Ir al Súper a por zumo” y me
da pereza y no voy, no tengo que sentirme la persona más fracasada del mundo.
Pero mi cabeza va a su ritmo, y no hay manera.
El
problema es de coordinación. Mi cabeza es perfeccionista y lo quiere todo así y
asá. Pero tengo una gran carencia de organización. Mi tara se nota enormemente
en los temas estudiantiles… Planificarme no es lo mío, pero me pego unos tutes
para entregar los trabajos en el límite de tiempo que flipáis. Ahí os quemo a
todos. O a casi todos, porque conozco a unos grandes competidores. Claro que
eso no puede ser bueno.
Se
me acaban las vacaciones, estoy a 5h 10min de una entrega de trabajo, y me da
taaanta pero taaanta pereza que creo que voy a empezar las clases con una de
esas palizas mentales. Mejor un 5 que un 0, es decir, que lo haré rápido y
regulín pero me puntuará algo.